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Más que todo lo demás que ha de guardarse, salvaguarda tu corazón, porque procedentes de él son las fuentes de la vida (Pro. 4:23).
Judas Iscariote, uno de los doce apóstoles, escuchó las magníficas enseñanzas de Jesús y lo vio realizar milagros con la ayuda del espíritu santo. Sin embargo, no cuidó su corazón. Tenía a su cargo la caja donde Jesús y los apóstoles guardaban su dinero, pero “era ladrón [...] y se llevaba [lo] que se echaba en ella” (Juan 12:6). Su codicia lo llevó al extremo de aceptar treinta piezas de plata de parte de los hipócritas líderes religiosos a cambio de traicionar a Jesús (Mat. 26:14-16). Otro que tampoco cuidó su corazón fue Demas, un compañero de Pablo que perdió de vista los asuntos de mayor importancia. El apóstol dijo de él: “Demas me ha abandonado porque ha amado el presente sistema de cosas” (2 Tim. 4:10). w09 15/3 1:15
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