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Todas las cosas están desnudas y abiertamente expuestas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta (Heb. 4:13).
Hay quienes piensan que, si logran que nadie los vea, sus malas acciones quedarán impunes (Sal. 19:12). Pero, en cierto sentido, no existen los pecados ocultos. Jehová es un Juez que examina nuestros motivos más profundos y reacciona ante nuestros pecados con perfecta justicia. Este hecho se destaca en el caso de Acán, quien, desobedeciendo las órdenes divinas, robó parte del botín de la ciudad de Jericó y lo ocultó en su tienda, seguramente con la complicidad de su familia. Lo hizo a sabiendas de que era una grave ofensa contra Dios, pues cuando salió a la luz su mala acción, dijo: “He pecado contra Jehová” (Jos. 7:20). Su corazón, al igual que el de Caín, se había corrompido. En su caso, la codicia fue determinante y lo llevó a actuar con engaño. Como el botín de Jericó pertenecía a Jehová, en realidad le había robado a Jehová, un serio error que pagaron muy caro él y su familia (Jos. 7:25). w08 15/10 1:12, 13
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