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El estar nosotros adecuadamente capacitados proviene de Dios (2 Cor. 3:5).
Dado que Dios nos ha concedido un ministerio, tenemos que cumplirlo (Rom. 10:14). Quizás no nos sintamos preparados, pero Dios nos capacita para la labor, seamos o no cristianos ungidos. Si hacemos todo lo que está a nuestro alcance y nos apoyamos en el espíritu, lograremos vivir a la altura de nuestra dedicación. Siendo imperfectos como somos, no nos resulta fácil cumplir con los deberes de nuestra dedicación a Jehová, el Dios perfecto. Algunos de nuestros anteriores compañeros tal vez se molesten al ver los cambios que hemos hecho y “[hablen] injuriosamente” de nosotros (1 Ped. 4:4). Pero no olvidemos que ahora tenemos nuevos amigos, los más importantes de los cuales son Jehová y Jesucristo (Sant. 2:21-23). Y es fundamental que estrechemos nuestros lazos con los cristianos de nuestra congregación, quienes forman parte de “la asociación [mundial] de hermanos” (1 Ped. 2:17; Pro. 17:17). w10 15/3 2:14, 15
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