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[Jesús] recorría toda Galilea, enseñando en sus sinagogas y predicando las buenas nuevas del reino (Mat. 4:23).
El principal motivo que Jesús tenía para predicar y enseñar a la gente era su amor a Dios, pero también lo hacía porque amaba las verdades que enseñaba. Para él, esas verdades eran valiosísimos tesoros, y tenía muchos deseos de darlas a conocer. Nosotros nos sentimos igual que él, pues también somos maestros o, como dijo él, instructores públicos. Pensemos tan solo en las valiosas verdades que hemos aprendido en la Palabra de Dios. Conocemos la cuestión de la soberanía universal y sabemos cómo se resolverá. Además, sabemos en qué estado se encuentran los muertos y qué bendiciones traerá el nuevo mundo de Dios. Sea que hayamos aprendido esas verdades hace poco o mucho tiempo, su valor sigue siendo el mismo. Son en verdad un tesoro que no tiene precio (Mat. 13:52). Si somos entusiastas en el ministerio, la gente percibirá nuestro amor por las enseñanzas divinas. w09 15/1 1:12, 13
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