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Por la mañana siembra tu semilla, y hasta el atardecer no dejes descansar la mano; pues no sabes dónde tendrá éxito (Ecl. 11:6).
El agricultor tiene que ser paciente (Sant. 5:7). Después de sembrar las semillas, tiene que esperar que germinen y crezcan. Se trata de un proceso gradual. Cuando las condiciones son favorables, van apareciendo uno tras otro los brotes en el terreno. Luego los tallos siguen creciendo hasta que finalmente producen espigas. Y una vez que estas maduran, el campo queda listo para la cosecha. Contemplar el milagroso proceso de crecimiento sin duda nos llena de asombro. Pero también nos da una lección de humildad. En efecto: nosotros podemos sembrar la semilla y podemos regarla, pero el único que puede hacerla crecer es Dios (compárese con 1 Corintios 3:6). Jesús comparó la obra de predicar el Reino con la labor de un sembrador. En la parábola registrada en Marcos 4:3-9 destacó que aunque la semilla sea de buena calidad, lo que determina si esta crecerá y dará fruto es la actitud de corazón de cada persona. w08 15/7 4:1, 2

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