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Nos ordenó que predicáramos al pueblo y que diéramos testimonio cabal (Hech. 10:42).
Un oficial del ejército romano convocó a sus parientes y amigos a una reunión que marcaría un hito en la relación de Dios con los seres humanos. Ese devoto hombre era Cornelio, y fue a él a quien el apóstol Pedro dirigió las palabras del texto de hoy. El testimonio de Pedro acerca de Jesús dio su fruto. Aquellos gentiles incircuncisos recibieron espíritu santo, fueron bautizados y tuvieron la oportunidad de llegar a ser reyes con Jesús en el cielo. ¡Qué extraordinarios resultados produjo la predicación del apóstol! (Hech. 10:22, 34-48.) Unos dos años antes de aquella reunión, alrededor del año 34, un feroz enemigo del cristianismo pasó por una experiencia que le cambió la vida. Saulo de Tarso iba camino a Damasco cuando Jesús se le apareció y le ordenó: “Entra en la ciudad, y se te dirá lo que tienes que hacer” (Hech. 9:3-6). Al llegar a donde estaba Saulo, Ananías le dijo: “El Dios de nuestros antepasados te ha escogido [...], porque has de ser testigo [ante] todos los hombres” (Hech. 22:12-16). w08 15/12 4:1, 2
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