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Toda la tierra continuaba siendo de un solo lenguaje y de un solo conjunto de palabras (Gén. 11:1).
Cuando Jehová creó a Adán, no solo le concedió la capacidad de hablar, sino también la de formar nuevas palabras que ampliaran su vocabulario (Gén. 2:19, 20, 23). ¡Qué regalo tan maravilloso! Gracias a él podemos comunicarnos incluso con nuestro Padre celestial y alabar su glorioso nombre. Durante los primeros diecisiete siglos de existencia humana, se hablaba una sola lengua, “un solo conjunto de palabras”. Pero las cosas cambiaron cuando estalló la rebelión de los días de Nemrod. Desobedeciendo las órdenes de Jehová, un grupo de personas se reunió en lo que más tarde se conocería como Babel con la firme intención de quedarse a vivir allí. Emprendieron la construcción de una enorme torre, pero no para darle gloria a Dios, sino para hacerse “un nombre célebre”. Por eso, Jehová los confundió haciendo que hablaran idiomas distintos y así los obligó a diseminarse por toda la Tierra (Gén. 11:4-8). w08 15/8 5:1, 2
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