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[Asegúrense] de las cosas más importantes, para que estén exentos de defectos y no hagan tropezar a otros hasta el día de Cristo (Fili. 1:10).
Al inquietarnos excesivamente por nuestra salud, corremos el riesgo de concentrarnos demasiado en nosotros mismos. Pablo advirtió de este peligro a los filipenses cuando les aconsejó que no vigilaran “con interés personal solo sus propios asuntos, sino también [...] los de los demás” (Fili. 2:4). No está mal que atendamos nuestra salud, pero el profundo interés que tenemos por nuestros hermanos y por la gente a la que llevamos las “buenas nuevas del reino” impedirá que nos obsesionemos (Mat. 24:14). Incluso podríamos llegar al punto de darle más importancia a nuestra salud que a los asuntos espirituales. Además, la inquietud excesiva por estas cuestiones podría hacer que intentáramos imponer en otras personas nuestra opinión sobre determinados tratamientos, dietas o complementos alimenticios. w08 15/11 3:7, 8
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