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Él mismo conoce bien la formación de nosotros, y se acuerda de que somos polvo (Sal. 103:14).
Jehová no espera de nosotros perfección absoluta; él no nos pide imposibles (Sant. 3:2). Lo que sí espera es que seamos íntegros. ¿Qué diferencia hay, entonces, entre perfección e integridad? Pongamos un ejemplo. Pensemos en un novio que está a punto de casarse. Sería absurdo que esperara perfección de su futura esposa. Sin embargo, sí sería lógico que esperara que ella lo amara con todo el corazón y que su amor solo fuera para él. Algo parecido sucede con Jehová: él “exige devoción exclusiva” (Éxo. 20:5). Aunque no espera que seamos perfectos, sí espera que lo amemos con todo el corazón y que solo lo adoremos a él. En cierta ocasión, Jesús dijo: “Ustedes, en efecto, tienen que ser perfectos, como su Padre celestial es perfecto” (Mat. 5:43-48). Al decir que los seres humanos debemos ser perfectos, es evidente que Jesús estaba hablando en términos relativos, pues sabía bien que somos imperfectos. w08 15/12 1:6
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